Corporación de Estudios de la Realidad Nacional

De la cuestión nacional al cuestionamiento de lo nacional

LOS ORÍGENES DE LA PALABRA NACIÓN EN TÉRMINOS POLÍTICOS Y LA CUESTIÓN NACIONAL

Será recién con la Revolución francesa en el siglo XVIII, en plena modernidad, que la idea de Nación cobre fuerza y sentido político, vinculada a la soberanía y al Estado, la “máxima realización del racionalismo europeo”, descrito así por Carl Schmitt.

Desde aquel suceso hace más de dos siglos, el concepto y el fenómeno nacional, en términos políticos, es una cuestión que no cesa de ser debatida. Ya el abate Sieyès, en ¿Qué es el Tercer Estado?(1) escrito en 1789, realzaba la Nación afirmando: “La nación existe antes que todo, está en el origen de todo”, y el artículo 3º de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de aquel mismo año, consagra el principio de que la soberanía reside esencialmente en la nación.

Según el filósofo Alain de Benoist “la idea de nación como sujeto político no se constituye hasta la Revolución francesa (…) remite a una concepción de la soberanía opuesta a la de la monarquía”. Afirma que la “historia política europea de la modernidad ha sido escenario del desarrollo y confrontación de dos grandes modelos políticos: el Imperio y la nación, precedida y en cierta medida preparada por el Estado real. Los debates sobre la soberanía revelan una concepción nueva de la nación donde ésta designa a «la mayoría de los individuos que componen una sociedad” (d’Holbach)”(2).

El desarrollo del concepto de Nación durante el siglo XIX producto de su definición política, consolidación y expansión progresiva y réplica del modelo europeo allá donde se inauguraba o instauraba una nueva república fundada en los principios liberales, requeriría que la ley como expresión de la voluntad soberana, así como el mando y la obediencia, tuvieran un fundamento de legitimidad en el ficto nuevo titular del poder, el pueblo.

LA CUESTIÓN NACIONAL EN EL MARXISMO

La cuestión nacional fue tratada en los escritos de Marx y Engels. La primera referencia se encuentra en La Ideología Alemana, aunque las hay en otras obras. Ambos sostendrán que el proletariado debía luchar contra la opresión. Su posición de la cuestión nacional tenía un carácter táctico, relativizando el valor histórico de la misma y centrada en el análisis de correlación de fuerzas en determinado conflicto nacional para determinar su eventual papel en favor o en contra del proceso revolucionario. En el programa político del internacionalismo proletario del Manifiesto Comunista (1848), no hay atisbo de conciliación con lo nacional. Para el pensamiento marxista, decididamente internacionalista, los nacionalismos deben ser erradicados.

La II Internacional socialdemócrata se enfrentará al auge de los nacionalismos en la Primera Guerra Mundial de 1914. En aquel tiempo, la cuestión nacional era todavía un problema típico de las revoluciones burguesas en la Europa Central y Oriental, por la pervivencia de los imperios dinásticos: Austrohúngaro y Ruso. En tal contexto, un planteamiento teórico más riguroso sobre la cuestión nacional aparecerá en los trabajos de los teóricos del austromarxismo socialdemócrata (Karl Kautsky, Otto Bauer, Karl Renner) que más allá de los conceptos del marxismo clásico como modo de producción, clases sociales, se preocupan de la idea de Nación, analizándola rigurosamente para concluir elaborando una teoría de las nacionalidades. Bauer advertía “no se ha valorado la idea: de que cada pueblo (y cada pueblo, es para mí, una nacionalidad o cada nacionalidad es un pueblo) tiene unas características psicológicas, étnicas, lingüísticas … peculiares, y este hecho da lugar, a lo largo de la historia, a una serie de características históricas propias que permiten interpretar los hechos históricos y que, por lo tanto, se les ha de conceder importancia”(3).

En contraste con el austromarxismo, destaca la controversia entre Rosa Luxemburgo y Vladimir Lenin, en cuanto aquella sostiene los argumentos de rechazo a la autodeterminación nacional, desde la nación oprimida, en la posición inflexible, basada en la consideración utópica e ilusoria de la autodeterminación nacional bajo el capitalismo. Lenin, por el contrario, es favorable a la autodeterminación nacional, desde la nación opresora, en lucha conjunta contra el zarismo.

Para el marxismo-leninismo existen tres períodos en la evolución de la cuestión nacional. El primer período es el de la abolición del feudalismo y de la victoria del capitalismo en Occidente: las naciones, toman cuerpo y se constituyen. El segundo período corresponde al nacimiento del imperialismo en el siglo XIX, transformándose la cuestión nacional en un problema internacional. Comienza la lucha entre los estados imperialistas por el privilegio de explotar a los pueblos de las colonias. El tercer período se inaugura con la revolución bolchevique de 1917 y la “Declaración de los derechos de los pueblos de Rusia” adoptada por el gobierno soviético. Asimismo, la necesidad de defensa de la revolución bolchevique, lleva en 1922 a imponer la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, sometiendo forzadamente a diversas naciones. Pronto, en la II GM este Estado multinacional es sujeto a prueba de fuego ante la invasión nazi, recurriendo ineludiblemente al patriotismo para sobrevivir, iniciando la gran guerra patria.

Fuera del marxismo, una larga lista de autores durante el siglo XX y más recientemente han dedicado extensos análisis y estudios a los conceptos y fenómenos de la nación y los nacionalismos, entre otros destacan: Karl Deutsch, Hans Kohn, Elie Kedourie, Ernest Gellner, Benedict Anderson, Anthony Smith, George Mosse, Eric Hobsbawm, Liah Greenfeld, Roger Scruton, Umut Özkirimli. Todos ellos y muchos más han contribuido a mantener viva la cuestión nacional, en cuanto diversidad de interpretaciones que abren nuevos cuestionamientos, sin poder clausurarla definitivamente.

LA CUESTIÓN NACIONAL EN LA POSMODERNIDAD

Como lo explica Javier Barraycoa, “la posmodernidad constituye un agotamiento repentino de las promesas modernas. Si la modernidad fue autointerpretada en clave eminentemente política, la posmodernidad se nos presentará como un reflejo de la muerte de la política, claro está en su sentido clásico”(4).

El filósofo neoderechista Alain de Benoist ha señalado que la historia política europea de la modernidad ha sido escenario del desarrollo y confrontación de dos grandes modelos políticos: el Imperio y la nación, precedida y en cierta medida preparada por la monarquía absoluta. Para aquél, el concepto de nación representa a quienes piensan que ella encarna la unidad política del Estado. La nación pasa así a percibirse como el espacio abstracto donde el pueblo puede concebir y ejercer sus derechos, es decir, donde los individuos, al margen de la mediación de los cuerpos intermedios adquieren el título de ciudadanos del Estado.

Por su parte, desde una posición favorable al cambio de paradigma, Pietro Barcellona (5) explica que hay una contradicción constitutiva en la modernidad entre la negación de la comunidad tradicional y la promesa de la construcción de la comunidad de iguales del Estado nacional cuyo resultado sería imposible, no sólo por las limitaciones de la propia democracia liberal y luego la globalización, porque entre el Estado y el individuo ha surgido una nueva comunidad a partir de los movimientos sociales que desafían y enfrentan a las estructuras sociales e institucionales modernas.

Desde una perspectiva similar a la anterior, el sociólogo Michel Maffesoli, presenta una concepción de la transición de la sociedad moderna a la posmoderna. Afirma que en ésta se ha agotado la modernidad basada en los conceptos de Historia, Razón, Progreso, Estado Nación y otros más que singularizan a la civilización moderna. Maffesoli teoriza sobre la sociabilidad que emerge en la posmodernidad, expresada como potencia popular (léase aquí a Agamben) contra el poder, dando curso a un nuevo comunitarismo que pone en cuestión el individualismo propio de la modernidad. Para Maffesoli lo posmoderno anula el principio la unicidad social y el individualismo y lo releva por un vitalismo popular que supuestamente hace aflorar nuevas vinculaciones o lazos comunitarios, un neo tribalismo. Lo unicidad social de la modernidad es transformada por la posmodernidad en la multiplicidad de lo popular, caracterizada por redes tribales que reestructuran la masa atomizada de las sociedades. La potencia popular distinta del poder oficial y su forma institucional, provoca una transfiguración de lo político, con fuerza instituyente o constituyente de lo popular contra lo instituido, o lo establecido.

LA CUESTIÓN NACIONAL Y LA CUESTIÓN DE LA PLURINACIONALIDAD EN AMÉRICA

Las naciones hispanoamericanas independizadas, por su desarrollo político centrado en el Estado nacional y el modelo republicano, constituyeron una ciudadanía igualitaria, y una nacionalidad homogénea basada en el *ius sanguinis* no racista y el *ius solis*, incluyendo todas las diversidades étnicas que las contenían.

En la actualidad, esos modos están siendo cuestion

ados y contestados por ideologías y movimientos sociales y populares junto a la desobediencia y desafío violentos del poder político, en base a una ideología multiculturalista de connotación plurinacional y la configuración de una verdadera tribalización de la ciudadanía, autónoma no sólo de las normas impuestas por el poder, sino, de todo modelo social tradicional y de los valores occidentales.

Tal tendencia ideológica asume que los proyectos políticos marxistas fracasaron en su ideal de lograr las sociedades comunistas, sin clases y sin Estados, pues contrariamente a la ideología de base, generaron grandes concentraciones de poder. Se inscriben en este pretendido nuevo paradigma ideólogos tales como el comunista kurdo Abdullah Öcalan o los anarquistas Murray Bookchin o Enrique Álvarez.

El verdadero trasfondo de la reformulación de la cuestión nacional en el caso de América Latina tiene que ver principalmente con la secular crítica marxista al Estado como expresión del capitalismo, conjuntamente de la crítica al modelo histórico constitutivo de una comunidad nacional instituida sobre el Estado, de identidad unitaria y homogénea. Frente a esta realidad nacional se afirma que existen pueblos o comunidades que tendrían el derecho a la autodeterminación, a decidir de forma autónoma su propio destino, lo que obviamente importa el reconocimiento de una pretensión política secesionista. En tal estrategia se inscribe la actual reivindicación indigenista en Chile y, en general, de la Convención Constituyente, en el que un sector de esta pretende el reconocimiento de comunidades étnicas, justifica la toma de tierras y la reterritorialización, y la refundación de un Estado plurinacional que integrarían aquellas comunidades étnicas con carácter de entidades políticas. La constitución de tal forma de Estado necesariamente conlleva la disolución y desaparición del Estado y la República de Chile.

Cabe advertir, en estas cuestiones, que el multiculturalismo en general y la plurinacionalidad como especie, aparenta asumir la defensa de la diversidad cultural o étnica, sin embargo, como señalaba Horacio Vázquez Rial, es una ideología que suprime “el derecho a la igualdad ante la ley en nombre del derecho a la diferencia ante la ley (…) olvidando que no se trata del derecho a ser diferente en general, sino del derecho a ser diferente ante la ley”, justificando así, las divisiones, las exclusiones y la explotación de guetos étnicos. Por su parte, el filósofo y director Telos, Paul Picone, denunciaba que “bajo el pretexto de respetar la autonomía cultural en el seno de una sociedad pluralista, la política sobre esta cuestión es realmente una versión “nueva y mejorada” de la vieja estrategia asimilacionista”.

Otra crítica a la ideología en cuestión aquí, proviene del conocido y en boga filósofo de izquierda, Slavoj Zizek: “el multiculturalismo es una forma de racismo negada, invertida, autorreferencial, un “racismo con distancia”: “respeta” la identidad del Otro, concibiendo a éste como una comunidad “auténtica” cerrada, hacia la cual él, el multiculturalista, mantiene una distancia que se hace posible gracias a su posición universal privilegiada. El multiculturalismo es un racismo que vacía su posición de todo contenido positivo (el multiculturalismo no es directamente racista, no opone al Otro los valores particulares de su propia cultura), pero igualmente mantiene esta posición como un privilegiado punto vacío de universalidad, desde el cual uno puede apreciar (y despreciar) adecuadamente las otras culturas particulares: el respeto multiculturalista por la especificidad del Otro es precisamente la forma de reafirmar la propia superioridad”. En síntesis, es posible sostener que el multiculturalismo en realidad no defiende la diversidad cultural, sino que, promueve la discriminación y un verdadero racismo de la diferencia.

LA INDEPENDENCIA Y LAS NACIONES HISPANOAMERICANAS

Ciertamente, la historiografía sobre el proceso de Independencia de las antiguas colonias hispanoamericanas ha recorrido diversas teorías que se han desarrollado desde el siglo XIX y continúa en el siglo XXI, es decir, prácticamente doscientos años de discusión teórica. Desde aquellas que vieron una traición a la corona española, pasando por las que afirmaron la existencia de una guerra civil entre los pueblos hermanos, otros la designaron como una liberación del colonialismo hispano o incluso como una revolución burguesa, según el propio Marx o, simplemente, un movimiento “criollo”.

En el Primer Congreso Hispanoamericano de Historia, realizado en 1949 en Madrid, al que asistieron historiadores e intelectuales tanto españoles e hispanoamericanos y se analizaron “Las causas y caracteres de la independencia americana”, se aprobó una conclusión muy general, imprecisa y abierta, que, por lo demás no fue unánime, en los siguientes términos: “La Revolución Americana no es un episodio aislado, cuya explicación debe buscarse en la brusca actuación de una o varias causas concretas, sino un proceso espiritual completo, vinculado con la historia universal, y para cuya comprensión es menester el conocimiento profundo de la historia prerrevolucionaria”.

Tendremos presente aquel modelo interpretativo de la historia hispanoamericana que ha visto primero el desarrollo de un patriotismo criollo por pertenencia e identidad con la patria chica y no con la lejana monarquía española, allende el Atlántico, sentimiento que fue avanzando en complejidad, en la medida en que de la emancipación se pasó a la más radical independencia, dando lugar a la construcción de un orden político propio y a la adquisición de una conciencia nacional y, con ella, derechamente al surgimiento de una nación.

En el caso de Chile, la guerra de independencia del mismo modo que el resto de las nuevas repúblicas, sumado a las guerras previas en la frontera con los mapuches, que dio origen a un Ejército permanente desde los inicios del siglo XVII (por ello denominada tempranamente esta “tierra de guerra”, como el Flandes Indiano) y las posteriores guerras con los vecinos fronterizos durante el siglo XIX, acrecentó el sentimiento y la conciencia nacional e histórica. Entonces, la existencia previa de una organización política y militar de naturaleza estadual en la Capitanía General del Reyno de Chile, que prosiguió luego de la Independencia bajo forma republicana, permite afirmar, tal como lo hizo Mario Góngora, que “el Estado es la matriz de la nacionalidad: la nación no existiría sin el Estado, que la ha configurado a lo largo de los siglos XIX y XX”. Pero, sin perjuicio de esta afirmación, agreguemos que, sin el sentimiento patriótico de esa comunidad original, generado por siglos de pertenencia e identidad, ninguna unidad política o Estado-nación podría haber nacido.

Lo anterior se testimonia inequívocamente con lo manifestado en el Acta de Independencia de México: “La Nación Mexicana que, por trescientos años, ni ha tenido voluntad propia, ni libre uso de la voz, sale hoy de la opresión en que ha vivido“. En otras palabras, la “nación”, o la “patria”, si no recurrimos a aquel término político, pero que expresa en esencia lo mismo, existía antes de que se hubiera formado el Estado.

Para aportar en la definición y precisión de la idea de nación y nacionalidad, nos remitimos al filósofo inglés Roger Scruton, al explicar que “es solamente en el sentimiento de nacionalidad que el territorio se torna central; con el surge una primera persona del plural…la nación es un territorio común en el que nos establecemos y que estamos autorizados a llamar la casa”. Complementa a continuación que las “Personas que comparten un territorio también comparten una historia; pueden compartir también una lengua y religión. Es evidente que las naciones necesitan de jurisdicción territorial. Jurisdicciones territoriales requieren legislación y consecuentemente, un proceso político. Eso transforma un territorio compartido en identidad compartida. A esa identidad damos el nombre de Estado nación”. Y reiterando lo expresado en sus obras sobre defensa y necesidad de la nación dirá que “Las naciones no se definen por parentesco o por religión, sino, por el territorio común”.

Las naciones hispanoamericanas, independizadas de la corona española a principios del siglo XIX, por su desarrollo político centrado en el Estado nacional y fundado en el modelo republicano, constituyeron una ciudadanía igualitaria y una nacionalidad homogénea, sin distinción de razas, ni orígenes, incluyendo todas las diversidades culturales y étnicas presentes en el territorio estatal.

Las nuevas repúblicas independientes hispanoamericanas se configuraron en base a la organización política, las costumbres y la cultura, tanto peninsular como autóctona, que en un proceso de natural mestizaje venían forjándose como comunidades desde la llegada de los primeros españoles, tres siglos antes del proceso de independencia nacional. Previo a esto último, ya existían, entonces, comunidades culturales y políticas, que, aunque integraran y dependieran del Imperio español, poseían instituciones y reglas de derecho otorgadas, permitiéndoles funcionar o regir con relativo grado de autonomía sobre un territorio determinado y que fueron desarrollando su propio modo de ser, su idiosincrasia, su propia constitución histórica, una relativa identidad propia, con sus propios símbolos.

Lo cierto entonces, es que las naciones son construcciones históricas que se generan en el devenir histórico, no nacen de un día para otro, ni se fabrican o inventan

porque se escriban en un papel. En las palabras ya clásicas de Ernest Renan, la nación es “una gran solidaridad, constituida por el sentimiento de los sacrificios que se han hecho y que aún se está dispuesto a hacer. Supone un pasado; se resume, sin embargo, en el presente por un hecho tangible; el consentimiento, el deseo claramente expresado de proseguir con la vida en común”.

CONCLUSIÓN

La cuestión nacional sigue viva aún después de dos siglos de existencia, de auge, apogeo, agonía y aparente transfiguración del sujeto nación. Paradójicamente, la nación o el estado nacional permitió la participación y protagonismo político a las masas y a los pueblos, les otorgó identidad, representación, pertenencia y refugio u hogar (*Oikos*) lo que significó, también, abrir una dimensión de universalidad a aquellos. Cabe cuestionarse ahora, si una entidad conformada por múltiples supuestas nacionalidades, etnias y diversidades culturales será capaz de lograr lo que aquélla sí hizo efectivamente, con todas sus limitaciones y promesas no plenamente cumplidas.

Si se ve el itinerario histórico de la modernidad, el Estado nacional, como sujeto colectivo político, como continente de personas y pueblos, reconociendo títulos de nacionalidad y ciudadanía, al debilitarse el primero transforma a los ciudadanos en individuos sin pertenencia política, sin anclajes históricos, sin hogar común, desnacionalizados y prontos a ser integrantes de una humanidad abstracta, de un mundo global (ni siquiera ciudadanos del mundo). De tal forma, la modernidad prepararía la globalización y la posmodernidad con la deconstrucción de todo lo sólido, incluso de los restos de la Antigüedad.

Queda una última cuestión para quienes creen en la necesidad de su existencia (Roger Scruton da buenas razones para esta necesidad) y desean preservarla, porque la consideran una entidad intermedia real que protege del individualismo y del universalismo global y no sólo un mito en tiempos de secularización y desmitificación. Tal cuestión la planteaba José Antonio Primo de Rivera en 1934 en su Ensayo sobre el nacionalismo: “¿Cómo, pues, revivificar el patriotismo de las grandes unidades heterogéneas? Nada menos que revisando el concepto de nación para construirlo sobre otras bases”. Precisando más adelante: “Tal será la tarea de un nuevo nacionalismo: reemplazar el débil intento de combatir movimientos románticos con armas románticas, por la firmeza de levantar contra desbordamientos románticos firmes reductos clásicos, inexpugnables. Emplazad los soportes del patriotismo no en lo afectivo, sino en lo intelectual. Hacer del patriotismo no un vago sentimiento, que cualquiera veleidad marchita, sino una verdad tan inconmovible como las verdades matemáticas” (…) “Las posiciones espirituales ganadas así, en lucha heroica contra lo espontáneo, son las que luego se instalan más hondamente en nuestra autenticidad”.

 

(1) Emannuel Sieyes, ¿Qué es el Tercer Estado?, Alianza Editorial, 2019, p.179.
(2) Alain de Benoist, Nación e Imperio,
(3) Otto Bauer, «Observaciones sobre la cuestión de las nacionalidades», en AAVV, La Segunda Internacional y el problema nacional y colonial (Segunda Parte), 1978, op. cit., pp. 172-185 y La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia, México, Siglo XXI, 1979. (4) Javier Barraycoa, De la Nación Histórica a la Nación Cívica
(5) Pietro Barcellona, Posmodernidad y Comunidad, Trotta, 1999.

Sobre el autor

José Ignacio Vásquez Márquez
Abogado, Magister en Ciencia Política (U.Chile) Magister en Derecho Público (U. de los Andes); doctorando U de Salamanca.

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